Eres la luz de mis ojos by María José Rivera

Eres la luz de mis ojos by María José Rivera

autor:María José Rivera [Rivera, María José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ficción
editor: Ediciones Casiopea
publicado: 2017-11-15T00:00:00+00:00


Ordalía del barro

Ramadán llegó a Suez, y con él las prostitutas desaparecieron del campamento, y el alcohol clandestino, y los cánticos a media noche. Stefan se había quedado solo. Cada atardecer veía a Ahmed a lo lejos, con el sol ya vencido, cuando llegaba del trabajo para romper el ayuno junto a los suyos. Rezaban, después leían el Corán, luego charlaban… Las horas diurnas para ellos se compensaban con las expectativas de la noche. Esa avalancha humana que se movía al unísono, que rezaba y ayunaba, hacía que los trabajadores no musulmanes del canal parecieran haber desaparecido. Los árabes llamaban Shu’ubiyyah al sentimiento de abandono de los no creyentes respecto de la unidad monolítica de la Ummah.

Pero el tiempo nunca se detiene. Stefan pasó el día en la tienda del Vicomte intentando concentrarse en el primer tramo del ferrocarril de Anatolia, el que iba de Haidar-Pachá hasta Ismidt. Su secretario particular, utilizando la valija diplomática de Lesseps, le había mandado una carta con toda suerte de informaciones generales. Y con ellas iba completando las suyas, mucho más concretas, que sólo se podían obtener estando en Suez. Aquel proyecto le resultaba especialmente atractivo a Stefan Vertheimer. Cuando el trazado estuviera completo, el tren cruzaría Angora, Cesárea, Sivas, Karpouth y Diarkedir, atravesaría el Kurdistán siguiendo la ruta de Mossul, y descendería por el valle del Tigris hasta llegar a Bagdad. El gobierno turco acababa de conceder la licencia de construcción a una empresa alemana en la órbita del Berliner Handels Gessellschaft. Pero el Zürcher Kommerz Bank había sido encargado por la Sublime Puerta y el Berliner Handels Gessellschaft para que hiciera una estimación de de los ingresos, por kilómetro y año, que podrían obtenerse en el tramo otomano de la ruta. La respuesta de Stefan, grosso modo, rondaba los 10.000 francos, pero como estaba falto de concentración, no lograba afinar los perfiles de esa cifra tan redonda. Así estaba Stefan Vertheimer, entretenido con el ferrocarril turco hacia oriente, cuando se escuchó un estruendo que hizo temblar el istmo.

Dejó lo que estaba haciendo y salió al exterior.

—¿Qué pasa? -preguntó a Marcel Durand.

El ingeniero de máquinas, con la mano de visera, miraba hacia el sur. Una nube de polvo ascendente iba oscureciendo la tarde. Y venía de la presa de los Lagos Amargos. El camino que llevaba al lugar del suceso se fue llenando de gente que corría cuando un segundo estruendo volvió a llenar la atmósfera de partículas de polvo en suspensión. Y el cauce del canal ganaba volumen. Sus aguas lodosas bombeaban materiales a golpes discontinuos hacia El Gisr. Varios hombres de color oscuro se detuvieron mirando al cielo. Procedían de la región oriental de Somalia y eran supersticiosos. Para esas gentes las corrientes de agua sucia anunciaban una gama de males que recorría todo el espectro: enfermedades, enemistades, traiciones, desgracias familiares, mal de ojo… Stefan pensó que a lo mejor la culpa la tenía la malaria, y que el miedo a la enfermedad les hacía trasladar esas desgracias a un enemigo externo.



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